Marzo 2000: El teatro de la voz. Cuentos mineros.

La primera presentación de las obras por parte de la Radio Universidad del Biobío se efectuará hoy domingo 19 de marzo a las 8.35 de la mañana, y será repetido a las 21.15 horas. Primero con "El chiflón del diablo" de Baldomero Lillo, para continuar el próximo domingo con "El grisú", del mismo autor y en los mismos horarios.


Un día cualquiera, hace casi 20 años, en el fondo de la mina la oscuridad impregnaba las almas de los mineros. La falta de ruido también podía enloquecer, aunque de vez en cuando Mario Vargas y Samuel Orellana conversaban con ademanes (ruidos de movimientos a media distancia; en primer plano Mario y Samuel conversan). -¿Hasta qué hora vamos a estar acá? Ya no aguanto el hambre, Samuel-. Su compañero de labores demoraba en contestar (silencio de cuatro segundos antes de la respuesta)".

Así podría comenzar una obra de radioteatro. Camino abandonado hace muchos años por la radiodifusión penquista, pero también por sus actores y actrices. En el Concepción de los años 60, se desenvolvió un excelente movimiento teatral que logró desarrollar una de sus vetas a través del teatro de la voz y los ruidos, del sonido y la música. Ruta que hoy espera recuperar la actriz penquista Lucy Neira con los 12 cuentos para radioteatro que ya terminó junto a su elenco de actores profesionales y aficionados.

Estas historias están basadas en la vida y las costumbres de las ciudades y pueblos mineros de la Región del Bío Bío. Se transmitirán por las radios Universidad del Bío Bío, Matías Cousiño de Lota y Nahuelbuta de Curanilahue, aunque también están interesadas y se gestiona la transmisión a través de emisoras de Los Álamos y Arauco.

Sólo falta el lanzamiento oficial de los programas para que en las próximas semanas encendamos la radio y escuchemos las historias teatralizadas, fusión entre un medio de comunicación y un arte que tienen sus dificultades técnicas y potencialidades.

Teatro en la radio

En la radio, sólo se trabaja con la voz. Esta debe ser capaz de entregar una imagen al auditor, a través de sus diferentes matices y texturas. Aquí, ya no hay movimiento del cuerpo ni su relación con el espacio o una escenografía. Sólo la voz. ¿Es más fácil? No, puesto que de todos los recursos que tiene un actor o actriz, en el radioteatro se limitan a un porcentaje. Técnicas que trabajan día a día para comunicarse con este público exclusivamente oyente. Pero sin olvidar que la voz no es un recurso pobre, ya que es nuestro medio de comunicación fundamental.

De ahí, la necesidad de conocer las técnicas y recursos del teatro en radio, como las respiraciones, los énfasis y pausas.

Claro que la actuación tras los micrófonos no es sólo la voz. Los actores y actrices se mueven con ademanes y expresiones corporales que no se ven, pero que son parte de la interpretación de los personajes. Las lágrimas no se aprecian, pero muchas veces están en las mejillas de estos profesionales.

Por supuesto, todo acompañado con ruidos, música y sonidos, que crean ambiente y respaldan el relato y las actuaciones vocales.

Estos elementos forman un mensaje que es entregado al radioescucha, quien también requiere algo de imaginación para captar lo que sucede o dónde. Sin embargo, para Lucy Neira, una lectura bien hecha con algo de interpretación, son suficientes para que el auditor se imagine lo que se le está relatando. No hay que hacer grandes esfuerzos para obtener una imagen de lo que se está diciendo o de quién lo está comunicando. Así acontece normalmente con los locutores, de quienes siempre se tiene una imagen física. De ahí, los chistes de hombres con gran vozarrón, que son imaginados como galanes de cine, pero que miden un metro sesenta de estatura.

Escuchando culturas

Uno de los objetivos centrales de esta iniciativa es despertar la imaginación de los oyentes, principalmente jóvenes, que hoy viven inmersos en una vida televisiva, de estudios, de juegos resueltos, sin el necesario desarrollo de la creatividad y los sueños.

También, se busca rescatar la cultura y la identidad de las ciudades que están o estuvieron dedicadas a la minería, a través de narraciones orales de sus habitantes. Los miembros de la iniciativa recorrieron calles y casas para conocer leyendas populares. Así llegaron, por ejemplo, al hospital de ENACAR. Donde surgieron algunas creaciones especiales debido a que al lugar llegaban los mineros accidentados. Muchos relatos de aparecidos y ruidos de cadenas forman parte de lo que acontecía en el hospital. Más historias había en Coronel, Schwager y Lo Rojas.

Esta cultura también tiene su propio lenguaje, que debió ser conocido por los actores y actrices en terreno y a través de libros. Existen vocablos específicos de los mineros y sus familias, como "huameco": bolso en que los mineros llevan su colación; la "charra": artefacto para tomar agua dentro de la mina; la "amarra": una especie de faja que se ponen los mineros en la cintura para evitar los dolores de riñones cuando trabajan en el suelo; o la "cámara": la mujer del minero; entre muchos otros términos.

Todo conformando una cultura muy especial y característica que identifica a estas comunidades. Su forma de comer, el tipo de solidaridad, los alimentos, la rápida comunicación colectiva, etcétera. Tan distintas a la penquista o a la chorera, pero a la vez tan cercana geográficamente.

El pasado siempre presente

Inolvidables, para quienes los escucharon, fueron los radioteatros de antaño, como el terror de “La tercera oreja”, “La familia chilena”, de corte político; “Radiotanda”, con el recordado Sergio Silva y Anita González; el romántico “Radioteatro Atkinson”, con Emilio Gaete y Mireya Latorre; las novelas teatralizadas, como “Genoveva de Bravante” o “Esmeralda” y “El gran radioteatro de la historia”, con las obras Adiós al Séptimo de Línea y El Mestizo Alejo.

Y otros tantos como “El inspector Nugget”, “Trazan, el rey de los monos” y “La bandita de Firulete”, surgen de la memoria de los antiguos auditores como quien recuerda a sus amigos de la infancia.

Pero, sin duda el radioteatro que más noticia hizo, fue el protagonizado por Orson Wells, en la década del 40, cuando varios murieron por el pánico que les produjo la invasión de los marcianos, en “La guerra de los mundos”.

Los ruidos

Los efectos especiales de las películas modernas sólo se parecen a los ruidos de los antiguos radioteatros, en la genialidad de quienes los “fabricaban”.

Puertas falsas, grandes y chicas, simulaban las verdaderas; papel celofán amuñado era el fuego, una caja de gravilla y arena servía para interpretar pasos.

Sin embargo, un secreto, en los años 60 llegó a la Universidad de Concepción una donación de discos de acetato con mil ruidos diversos, como lluvia, hombres trabajando, avión a chorro, etc. Y ahí se acabó el problema de los efectos especiales para los actores de la universidad.

El radioteatro penquista

Los primeros indicios del radioteatro en Concepción aparecieron cuando algunos locutores y locutoras penquistas relataban historias que los propios auditores enviaban a las radios. Quizás una especie de Chacotero Sentimental, pero bastante más cercano a la novela rosa y con una interpretación teatral hecha por estos profesionales. Uno de los más conocidos era el programa “Té para dos” de la Radio Cooperativa. Esto era en los tiempos en que aún no llegaba la televisión, es decir, hasta la década de los 50.

El radioteatro propiamente tal comenzó en la década del 60 con el Teatro Universitario y la actriz Shenda Román, quien actualmente realiza clases de teatro en Concepción. A ella se le ocurrió llevar el teatro a la radio y a las casas, basada en que de esa forma se daba a conocer este arte de manera más entretenida y masiva, puesto que a muchos jóvenes no les interesaba leer teatro. De allí surgió El Gran Teatro en su Hogar, con obras de la dramaturgia universal, las más aburridas y difíciles para los estudiantes.

Grababan en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Concepción, con texto en mano, los artistas Delfina Guzmán, Nelson Villagra, Jaime Vadell, Shenda Román y Lucy Neira. Un domingo cualquiera se podía escuchar toda una obra de Alejandro Casona, sin capítulos. Más adelante se sumó, entre otros, el ya fallecido Roberto Navarrete y Brisolia Herrera.

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