Septiembre 1994: La fábrica de un pintor profesional

Vittorio Queirolo abre su universo de pinceles, óleos, diluyentes, obras, manchas y música.

Estaban en plena conversación cuando el artista observa que su interlocutor mira una mancha blanca sobre uno de sus cuadros. El curioso está a punto de decirle "¡qué bien se ve esa colita blanca en el fondo de los verdes!" cuando el pintor le comenta sobre lo impotente que se sintió al ver que su obra estaba cochina, sucia, con esa cola blanca hecha por algún terrorista del arte. El oyente calló.

Luego de poner música y de explicarle que no es primera vez que le sucede en una exposición, Vittorio Quiérelo, de 30 años, pintor profesional de Talcahuano, toma algunos materiales para iniciar la restauración. Abre un frasco de esencia de trementino (diluyente vegetal), con su espátula y con un pincel pequeño echa el líquido en una tapa. Hace lo mismo con dos tarros de pintura y va -primero con algo de timidez- a retocar la mancha y sus alrededores. Después de unas cuatro pinceladas se entusiasma y comenta

que tiene ganas de pintar otro cuadro.

Pero no sólo hay esas cosas en el taller de Queirolo, también lo rodean secativos, brochas grandes, lápices de carbón, un pequeño espejo, unas seis telas de más de un metro y casi una docena de pequeños cuadros pintados en tablitas, que las usa para probar colores, formas e ideas, aunque al final también se transforman en obras concluidas.

Producción anual

De este taller -y antes de otros- salieron sus pinturas expuestas y los catorce premios nacionales. Desde el segundo premio, mención pintura, del Primer Concurso Nacional de Poesía y Pintura Juvenil en 1986, en Santiago, hasta la mención especial in situ por El color del sur, este año, en Puerto Varas.

Queirolo pinta unos 50 cuadros al año; es que ama la pintura y, como toda profesión, debe sacrificarse para cumplir con las exposiciones que le piden y los concursos que llaman su atención. Explica que él, a diferencia del aficionado, debe pintar le vaya bien o mal.

Cada obra la hace igual: toma el bastidor, pone la tela -o compra todo armado-, la corchetea, ve dibujos o piensa, revisa obras o lleva objetos o frutas; no siempre crea en su taller, a veces al aire libre, escucha jazz o rock, también AM o Focus... la verdad, nunca hace una pintura igual que otra, nunca es el mismo proceso creativo.

Ahora su taller está en la casa de su tía; lejos de su señora y de la guagua. Así se concentra con mayor facilidad y puede ir a pintar sólo cuando quiere. Además, tiene tiempo para intentar quitarse las manchas de la ropa antes de que su esposa las vea y lo rete.

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