Agosto 1994: Desde Hualqui con... coirón

Alba Flores, junto a sus hijas y nietos, lo extraen de la naturaleza y lo transforman en originales creaciones

A unas siete cuadras de la plaza de Hualqui está el hogar de Alba Flores. En el pequeño patio, entre plantas y maderas, nace desde hace años el arte de la cestería en coirón y chupón, materiales silvestres que la familia recoge desde cerros no muy cercanos. De este antiguo pueblo campesino surgen canastos, paneras, porta jarros e innumerables adornos que son comprados, incluso, en Estados Unidos; y observados en ferias regionales y santiaguinas.

Es tanta la fama que la familia fue invitada a Córdoba, Argentina, pero no viajaron. "Somos chaplinas", se justifica Georgina Castillo, una de las dos hijas que aprendió los secretos de este arte, que requiere de ciertas etapas.

El primer paso es ir a los alrededores del pueblo a buscar el coirón y el chupón. Si no lo traen ellas, compran a dos mil pesos el atado de casi medio kilo. La matriarca, de 66 años de edad –y 52 de trabajo en Coirón-, cuenta que ella ya casi no va, porque luego de un día de corte y recolección queda muy cansada y con dolor de espalda. Pero sus hijas siguen su ejemplo y le llevan a ella y a los nietos el material seco y sin espinas.

"Cordel natural"

Ya en casa (situada en pasaje Arturo Pérez Canto número 16, entre avenida La Araucana y calle Uno), se junta el chupón -más delgado y duro-, y el coirón se enrolla a su alrededor. Entre cada tira de chupón se va apretando el material para que no se desenrede. Con este "cordel natural" se crean vasijas, canastos y baúles conocidos en la Feria Artesanal del Parque Ecuador de Concepción y en la del Parque Bustamante en Santiago.

Los objetos pueden quedar con el color natural de las plantas, pero también pueden cambiar de tono con anilina mezclada en agua caliente. El método es simple: el chupón se mete al agua y después se seca en colgadores. Alba Flores es fanática del fucsia, verde y lila. Sus hijas debieron convencerla para que introdujera el amarillo.

Cuando Alba Flores recibe a los visitantes, les explica su arte pero, ojo, no le gusta que sus hijas le desordenen sus creaciones. Luego de contar entre risas esta maña de su madre, María Castillo dice, orgullosa, que ellas aportan al mantenimiento del hogar con las entradas que les da la venta de su trabajo. "Un día vino gente a ver y compró más de cincuenta mil pesos en objetos hechos por mi mamá; desde entonces nos sacrificamos más para tener nosotras y nuestros hijos algo listo para ser vendido". Porque cada uno gana lo que hace y no siempre hay tiempo para alimentar a los hijos, llevarlos al colegio, hacer el aseo... y tejer con coirón y chupón. Pero es hermoso tener esa capacidad y habilidad. Por eso se levantan a las siete de la mañana, y por lo mismo uno de los nietos se retiró de los artesanos navales por preferir esta artesanía: la de su familia, la de su pueblo.


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