Septiembre 2011: Juicio al movimiento estudiantil

A dónde irá a parar la protesta, ¿a la oficina del ministro de Educación o ya es la llama prerrevolucionaria de cambios sociales íntegros?

Harto se está escribiendo acerca de los resultados que tendrá el movimiento estudiantil que se expresa en marchas masivas, paros, tomas con apoyo popular en caceroleos, declaraciones de organizaciones sociales y respaldo en la calle con grupos de trabajadores y apoderados. Desde etapa prerrevolucionaria según el historiador Salazar, hasta opiniones respecto de su potencialidad de abrir espacios democráticos que, en una primera mirada general, no parece interesarle a la mayoría de los estudiantes.

Para no adelantar juicios sin tener acusados, al primero que hay que pasar al estrado es al sistema económico que sustenta al Chile de 2011. La creación de riqueza generada por los trabajadores es apropiada por personas con riqueza acumulada por décadas, con mínimas intervenciones del Estado nacional para contrarrestar el mayor poder que significa la tenencia de la propiedad del capital financiero, de medios de producción; pero además de servicios como la educación y la salud; en el marco de una Constitución que así lo avala como principio universal. Este tipo de capitalismo, con mínima intervención del Estado, y sólo como asignador de ciertos subsidios también para el negocio empresarial, es denominado neoliberalismo.

Contra una de sus expresiones es que hoy se dirige la protesta estudiantil, puesto que la educación como lugar generador de riqueza para empresarios cada vez contrasta más con los derechos sociales y culturales que la humanidad da por supuestos y necesarios de proteger y distribuir democráticamente. Al respecto, entonces, un primer punto acerca de qué es este movimiento, sino una exigencia al Estado para que haga respetar el derecho a la educación para lograr la integración social, económica y cultural de grandes sectores sociales medios y bajos. Es decir, es un llamado a una mayor intervención estatal dentro del sistema capitalista, reformando en esta área, la educacional, el protagonismo de los dueños de los capitales. Protección económica e integración al sistema mediante reformas legales al mismo sistema.

Esto en el contexto mundial de crisis permanente del sistema capitalista en su conjunto, pero el neoliberal en particular, con rescates estatales del sistema financiero. Y, en el plano latinoamericano, con algunos gobiernos que han generado cambios profundos dentro del sistema capitalista, dando mayor relevancia al Estado como planificador y orientador del desarrollo, siempre sobre bases capitalistas. En un Chile atrasado en este concierto reformista, el movimiento estudiantil se ve para algunos como la llama que inicia ese camino.

Pero como aún no se nos acaba el buen juicio, sabemos y muchos estudiantes también, y sobre todo sus dirigentes, que esas reformas económicas desde el Estado requieren reformas del Estado, pues la legalidad actual impide cambios que no sean de decisión casi unánime en el Parlamento y sin la posibilidad de la intervención directa del pueblo. Que, muchos se explican, es parte del sistema político necesario para imponer y mantener un sistema neoliberal como el chileno.

Pero aquí ya empezamos con problemas. ¿Cuántos de los estudiantes movilizados hoy asumen la necesidad de reformas políticas más allá de los cambios legales necesarios para lograr educación gratuita y desmunicipalización? Los dirigentes lo plantean, pero en la calle no se escucha eso. Y dentro de los mismos dirigentes hay reticencias a politizar el problema educacional más allá del Ministerio de Educación y Piñera, exigiendo primero la solución concreta e inmediata de su demanda educacional, justa pero parcial en el marco de la sociedad completa. Tiene alta cabida el rechazo al plebiscito, a una asamblea constituyente y el escaso entendimiento de lo que eso significa para la educación en las bases estudiantiles que apoyan desde su casa la movilización. La inscripción en el plan gubernamental para retomar las clases de casi un 50% de los estudiantes pertenecientes a colegios en toma o paro demuestra la debilidad del movimiento respecto a cambios superiores, más allá de lo netamente educacional e, incluso, en ese marco sectorial.

O sea, el salto organizacional, de convencimiento de los estudiantes respecto a su situación educacional precaria y asfixiante es enorme, gigante tras décadas de luchas parciales excepcionalmente modificada por la “revolución pingüina” de 2006. Pero esa masividad y convencimiento comienza a reducirse cuando se plantean modificaciones políticas nacionales respecto a los instrumentos de poder institucional para realizar cambios.

Esta precariedad se basa en décadas de despolitización, consumo, competencia, atomización, egoísmo y un odio a los partidos políticos que en las nuevas generaciones es casi visceral, el que puede ir a favor o en contra de estos cambios. Precariedad que no se borra de un plumazo ni con 300 mil jóvenes marchando 10 veces en un año. Ni menos con un sistema económico que se mantiene y el cual no ha sido deslegitimado como tal ni siquiera en el área de los servicios privados más allá de la educación. Porque una cosa son los discursos de sectores politizados, de izquierda, y otra es el convencimiento de esos discursos por parte de millones.

Respecto a los partidos, esos sí que no se escapan del juicio final de los estudiantes. Acusaciones valederas y justas respecto al aprovechamiento del poder, de la mantención del sistema, del enriquecimiento, etcétera, pero que no sólo tiene bases en esas críticas sino también en generaciones de jóvenes y de sus padres despolitizados. Porque meter en el mismo saco al Partido Comunista y a la UDI o a la DC es concebir un rechazo que tiene consecuencias tácticas, de alianzas y de sectarismo presentes en el movimiento estudiantil, en la base y en la dirigencia. No es que el PC sea la panacea ni mucho menos, en ningún caso el partido que hará la revolución, pero siempre ha estado en contra del sistema económico neoliberal. Por lo que su exclusión o crítica permanente por las acciones de sus dirigentes es de un sectarismo o de una despolitización que en nada ayudan a los cambios.


Por tanto, inclusión en el sistema respetando el derecho gratuito de la educación, la fragmentación al momento de suponer cambios políticos para los cambios educacionales y el sectarismo o la despolitización que la acompaña, ya son tres elementos que nos hablan de las potencialidades del movimiento estudiantil como generador de cambios prerrevolucionarios en la sociedad chilena.

Sé que muchos ya han abandonado la lectura de este juicio por el pesimismo que lo embarga. Pero justamente de lo que se intenta es mostrar en la praxis del desarrollo del movimiento sus elementos objetivos que nos den luces de su probable desarrollo.


Para continuar en el momento en que dejamos de escribir para disculparnos, el cuestionamiento general del sistema requiere dos elementos centrales: hegemonía y deslegitimación. Una hegemonía que se ha logrado en el aspecto general del discurso, con una propuesta más o menos clara de lo que se pide y con un pueblo de sectores medios detrás, que la respalda en la calle; y medio y bajo que la apoya en las encuestas. Hay un poder social en torno a miles de estudiantes movilizados y representados en dirigentes carismáticos y televisivamente bellos, que conforman un poder de grandes capacidades que, en lo principal, han deslegitimado el sistema privado de educación, por lo menos el dirigido a los sectores medios y bajos. El cuestionamiento no es contra el sistema económico reproducido en la educación, sino por lo caro que significa su aplicación para los pobres y los que deben endeudarse por décadas para pagar, generando la exclusión que arriba señalamos.

Por ello hay hegemonía, hay deslegitimación parcial del sistema educacional privado, pero no hay deslegitimación del sistema económico-político ni, por lo tanto, hegemonía en esta área. Y este es el punto central para lograr cambios más allá de lo puramente educacional: la producción de discursos, la lucha ideológica, que genere deslegitimación del sistema y que construya una hegemonía temáticamente más amplia. Y para eso lo que ha faltado y sigue careciendo el movimiento es de alianzas sociales más amplias y de un proyecto alternativo. Este es el problema fundamental para suponer capacidades que vayan más allá de lo sectorial.

Como hemos señalado e instado en otros análisis, la alianza con los trabajadores es muy precaria, mínima y, más encima, conducida por dirigentes de baja capacidad y legitimidad social, especialmente de la CUT. Sólo existe alianza parcial con algunos sectores también movilizados por sus demandas parciales coincidentes en el tiempo. Y, al parecer, esta posibilidad de unión requerirá más tiempo del presupuestado o, definitivamente, es muestra de que falta mucho trabajo para lograr esa unidad y los cambios posibles que ella permiten.

Y respecto al proyecto alternativo, capaz de unificar a varios sectores sociales más allá de la calle, no existe ni siquiera en el plano educativo, pues educación gratis puede ser un buen título de un proyecto, pero no vale sin desarrollo. Y ni hablar de proyecto social alternativo. La oposición partidista al gobierno, mejor organizada y menos numerosa, no ha tenido la capacidad de unificar criterios que reformen o amplíen su proyecto que, hasta cuando dejaron el gobierno, era el mismo de quienes hoy están en La Moneda. Menos aún lo han construido los estudiantes.

La opción, que desde el movimiento social se cree un movimiento político nuevo, es una opción aún lejana, especialmente por el apoliticismo generalizado de los estudiantes –entendido como la no creencia en un aparato político organizado para luchar por cuotas de poder estatal y económico-, más aún que el resto de los chilenos. Pero, como en los demás aspectos, la práctica diaria del movimiento puede generar avances e importantes saltos desde la situación actual.


Resumiendo las partes de esta causa, existe hoy, y no mañana, una potencialidad restringida, un sistema neoliberal cuestionado en su aplicación educacional y con demandas fuertes y claras en esta área, masivamente apoyadas; pero hasta ahora incapaces de generar politización que cuestione otras áreas del sistema, que encause el poder para chocar contra la institucionalidad existente y que impida el sectarismo y genere una unidad estratégica. Es decir, deslegitimación para una hegemonía superior, del plano político. Hasta ahora, el sentir mayoritario y la crítica son para una reforma que integre a las mayorías en la educación, para continuar la competencia económica una vez que egrese el mejor preparado técnico o profesional, sin deudas educacionales.

Como este es un juicio, también están los aspectos de la otra parte, los que potencian y desarrollan capacidades dentro del movimiento, como los altos logros en unidad estudiantil, definición de un enemigo, conciencia, comunicación, creatividad, identidad, autonomía, que ahora no serán explicitados por amor al tiempo y porque ya han sido sugeridos en textos anteriores. Son su poder ganado en la calle.


Entonces, ¿que es este movimiento estudiantil y qué puede ser? Hoy, y sin conocer cómo se desarrollará la praxis política, económica y cultural del movimiento y el país –como todos los humanos-, es un movimiento reformista del sistema educacional para la integración social liderado por dirigentes con un nivel de politización que alcanza hasta la lucha por el socialismo, pero que no puede avanzar a un ideal que no es carne del estudiante ni de la sociedad por las razones antes señaladas y porque, de lo contrario, dejarían de ser dirigentes estudiantiles para convertirse, en el juicio de muchos, en jóvenes cooptados por el “politicismo” y los partidos.

Y es también, y por ello el respaldo político y social alcanzado, la nueva oposición del gobierno en la que están insertas las izquierdas radicales y las moderadas debido a la falta de expresión política del descontento de los más descontentos, ahora sin limitaciones por no tener al frente un gobierno “centroizquierdista” de la Concertación, sino derechista. Para los que esperaban una alianza Concertación – PC renovadora, con nuevos movimientos pequeños y en gestación, su estancamiento ha sido superado por un sector social culturalmente de izquierda, liderado por dirigentes políticamente de varias izquierdas.

Es el veredicto no final.


En otros países como Bolivia, Ecuador o Venezuela, la deslegitimación del sistema neoliberal y de partidos políticos ha permitido el desarrollo de movimientos que incluso llegan a la presidencia del país en 10 a 20 años de trabajo político, social, cultural e ideológico. Movimiento que ha logrado que dirigentes sociales, políticos o militares lideren presidencialmente un proyecto construido en esos años, con una hegemonía creada en esos años. Para eso aún estamos muy lejos. No se trata sólo de años, claro está; es posible que en Chile eso sea mucho antes por el contagio latinoamericano; pero también puede ser un espejismo en el país que Estados Unidos ha puesto sus esperanzas y recursos para ser una aliado estratégico en América Latina. Además de que en Chile el movimiento aún no adquiere un carácter netamente popular, pues su conducción de clase media también lo limita a un reformismo sectorial.

Entonces, todo depende de muchos factores: alianzas, proyecto alternativo, politización, deslegitimación, hegemonía, capacidad táctica e impacto económico, ese mismo que hizo retroceder al movimiento debido a la amenazas de quitar becas si no se cerraba el trimestre, ese del que hablábamos meses antes, necesario para avanzar y provocar derrotas al gobierno, el que, al contrario, con más capacidad táctica y más poder logró una derrota sobre el movimiento estudiantil.

Hay mucho que aprender y avanzar, por eso hoy el movimiento estudiantil no es prerrevolucionario. Puede serlo, pero faltan años y poderes desarrollados para lograrlo.

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